Leer un fragmento del Viaje a la Alcarria en el que el viajero relata cómo unas golondrinas cruzan, “veloces como rayos”, el aire y que en ese mismo instante dos golondrinas lleguen en vuelo fulminante a su nido de barro, a resguardo bajo el alerón del tejado. Recordar junto al molino de Cifuentes un pasaje en el que un perro ladra “sin ira, prolongadamente, desganadamente, como cumpliendo un mandato ya viejo”, y que un perro verdadero acompañe con su indolente ladrido a la voz femenina de quien con rítmica cadencia lee las páginas marcadas con tintas de colores en una usada edición de Austral. Evocar en la estrecha calle el pasaje en el que el viajero visita la Sinagoga y conversa con María, el ama, que “sale secándose las manos con el delantal”, mientras el grupo escucha atento en silencio la sonoridad de las palabras bien dichas, y advertir que un muchacho joven se ha asomado a un balcón a su espalda para atender también, en comunión con el grupo, porque la protagonista de aquel fragmento era su abuela ya fallecida.
    Milagros como estos ofrece recorrer un libro a través de su paisaje, caminar un país a través de un libro. A Camilo José Cela le gustaba definir la Alcarria como un país, al igual que Josep Pla denominaba así al Ampurdán, llegando incluso a distinguir este país, Palafrugell, de aquel otro, Cadaqués, sin ir más lejos. Ambos hablaban de países para definir paisajes y paisanajes, cuya raíz es común, construyendo una identidad literaria en la que el territorio, sus personajes y la letra impresa en forma de libro definen la sencilla esencia de las cosas, la médula última de la existencia. Maravillas como las descritas más arriba no son fenómenos paranormales ni sucesos extraños: tuvieron lugar el pasado fin de semana para admiración de los más de 50 alumnos de la UNED procedentes de toda España que, en la buena compañía de Laura Domínguez y sus viajeras de “Arte en marcha”, realizaron una ruta literaria en torno al Viaje a la Alcarria. Un autor (Cela), un país (la Alcarria) y un paisanaje (nuestras gentes) se conjugaron a medio camino del pasado y el presente para vivir la ficción, para soñar la realidad.
    Un año después de las celebraciones del centenario de Cela y del 70 aniversario del inicio de su célebre viaje se recogen sus frutos en forma de visitas, de menciones en diferentes medios de comunicación y de interés creciente por nuestros pueblos. Los alumnos viajeros, seducidos por lo que la experiencia les aportó, prometieron volver en breve y hacerlo acompañados, aunque por encima de estas cuestiones, sin duda importantes, destaca la preservación de un patrimonio literario y cultural único, de un legado inmortal que a todos nos engrandece.