Un sabio de la Meteorología con mayúsculas, Fernando Aguado, lo tenía claro: en España no es que haya sequía, ni pertinaz ni pasajera, es que llueve así. Tampoco -defendía- hace mal tiempo. Lo que ocurre es que se ha encargado de la divulgación a pijoprogres  y la hacen desde su óptica de salir de excursión durante el fin de semana a la montaña o ir a la playa a ‘ligar’ bronce y lo que puedan. “Para los agricultores, la lluvia suele ser buen tiempo y el sol abrasador, malo”, explicaba.  Coincidí con él, harto de ver en mi pueblo rogar a San Isidro que lloviera y de oír el dicho de “que pase junio, y que pase nublo”, para que no se arrebatasen los trigos.
    El recuerdo coincide con la pregunta que nos asalta ante  cada Semana Santa: ¿Hará buen tiempo? La respuesta, como dijo el experto, es subjetiva y depende en primer lugar de lo que consideremos bueno. Mi amigo Miguel, con la sensatez de su origen rural de castellano viejo,  pone el ejemplo de la carne “bien hecha” cuando nos ponemos a la parrilla. “Para mí bien hecha, es no quemada. Es decir, poco. Vuelta y vuelta”, pide.
    Las estadísticas dicen que en el 85% de estas semanas de procesiones, ya caigan en marzo o en abril, suele haber lluvias e incluso exceso de agua. Y también de vino, según los agentes de Tráfico. Los meteorólogos serios todavía no se han mojado demasiado, para no dañar  al turismo o a su  prestigio por si no atinan, a pesar de tanto satélite.
     El clásico calendario Zaragozano sigue tan ambiguo, como en sus 177 años de existencia, con sus “juicios universales meteorológicos”. Desde hoy viernes de Dolores hasta el martes pronostica “vientos frescos y alborotados alternando con pasajeras borrascas y lluvias… “  A partir del miércoles hasta el domingo de Pascua, más de lo mismo, más vientos con alternancia de “nubladas y chaparradas”. O sea que, como siempre, puede llover y refrescar.  O no, como diría Rajoy. Habrá  que andar con la mirada puesta en el cielo.
    “Pues mejor que haga mal tiempo que no haga ninguno”, le oí apostillar una vez a mi abuela ante la habitual queja del  tiempo alborotado. Creo que llevaba toda la razón del mundo.