Y en esto me disponía a pelar la fruta tras el almuerzo de cuaresma que despacho últimamente. Susana Díaz lo dejaba caer: “Tengo fuerzas, ganas e ilusión. Me encanta ganar.” La mandarina me miró con ojos de Betty Boop, con mirada de “¿es posible lo que estamos oyendo?” La indulté y la devolví al frutero. Esa mandarina le debe la vida a Susana Díaz, que a ritmo de El Fary arrancaba en el polideportivo de la ONCE el pasado 11 de febrero, apatrullando España. Una cabalgata de sesenta autobuses había subido desde al-Ándalus acompañando a la precandidata y calentaba motores para la apoteosis de IFEMA un mes después, o sea, el último sábado.
    He ahí argumentos: “fuerzas, ganas e ilusión”. Con los mismos puedes presentarte a la presidencia del hipódromo, de la comunidad de vecinos de la urba, de la peña taurina del distrito de Carabanchel o de la asociación de belenistas de tu ciudad. O al campeonato de mus en las fiestas del pueblo. Si, además, te “encanta ganar”, ¿para qué meterse en charcos programáticos? Esta es la ideología cañí siglo XXI: impulsos en vez de teorías, no vaya a ser que a los cien días, si llega el caso, tiren de hemeroteca. ¿Quién puede argumentarte que no has sido fiel a tu ideario? ¿Quién que ya no tienes fuerzas, ganas e ilusión y que te encanta ganar?
    Nunca tuvo la otra izquierda, la emergente, la sonriente bufa a la que se la bufa el parlamento, un calendario como éste que le permite un viaje de novios de los amos a Berlín, ahora con Errejón interno en la SAFA y Alberto Garzón de jardinero y chófer para recogerles en la T4. Este partido encumbrado –Anson ya se percató, nunca es tarde- por la inopia de un Rajoy que echó a las cunetas al enemigo que no lo era, ya se piensa si tomar las calles o, mejor, llevarse al huerto a Susana, ahora que a Pedro le ha salido un espolón de gallo viejo con veneno de escorpión.   
    Más difícil de interpretar es la primera fila de IFEMA, ese friso del pasado en el que no faltaba de nada, ni un Guerra en escabeche, ni un Bono silbando la melodía de Iva Zanicchi, la orilla blanca la orilla negra, según toque, ni un Felipe de Velázquez (calle), ni un etcétera (tu quoque, Rubalcaba!). Prietas las filas, las sillas, las esperanzas, todo era un festival de pompas de jabón como el que a la misma hora monta en Plaza de España un paisano con una palangana, media botella de Fairy, dos palillos y un cordel, asombro de niños y pose de guiris ante un móvil, con Cervantes de fondo. En el guiñote político de Ferraz, ahora pintan pompas: “fuerzas, ganas e ilusión”, un ideario que pareciera producto del caletre de Sergio Ramos. Pero no. La gestora, dicen, mece la cuna de Susana, tan feliz ella con su sonajero.