Sentidos y sencillos versos en la hermosa noche de julio en el VII Certamen de Poesía de Almonacid
En la noche de ayer, y por tercera vez consecutiva en la Plaza del Ayuntamiento, a la vera de la figura de León Felipe, sentado en un banco, se ha celebrado el VII Certamen de Poesía de Almonacid de Zorita.
El certamen lo organiza la Asociación Tercera Joven, y cuenta con el patrocinio y la colaboración del Ayuntamiento de Almonacid de Zorita.
Fue Daniel Romero, presidente de la Asociación, quien se encargó de presentar formalmente “este pequeño certamen, para pasar una noche agradable, en esta plaza singular, con la estatua de León Felipe y el rumor de la fuente que más hechos, fiestas y costumbres ha visto pasar en la villa de Almonacid de Zorita”.
Romero definió muy bien la esencia del acto. “Se trata de un certamen coloquial, en el que se admite la participación de todo aquel que lo desee, de gente normal que supera el miedo escénico, a la hora de recitar una poesía, prosa o historia, para emocionarnos con su sencillez”.
Ángel Cisneros se encargó de dar paso, sucesivamente, a los participantes, recordando sus nombres y el autor o autora de la poesía a la que iban a dar lectura. Recitaron poesías, propias o ajenas, un total de dieciséis almorcileños y almorcileñas. Cerca de medio centenar de personas los escuchaban, atentamente, en la misma plaza, en muchos casos con un nudo en la garganta.
Abrió plaza Daniel Romero, como no podía ser de otra manera, recitando a León Felipe y su emocionante poema '¡Qué lástima!'. Loly Prados, habitual del certamen, hizo honor a su origen manchego con la poesía 'Soy manchega' de Carmen Aranda. Pedro Patarro, recitó con gran solemnidad, 'A mi pueblo de ayer', de Gary Justel. Carmen Burgueño se atrevió, nada más y nada menos que con 'Verde que te quiero verde', de Federico García Lorca. Martina Tomico, otra de las participantes habituales del certamen, recitó su versión de 'Agradecimiento', de Pilar Carranza. Amelia Serrano, conquense afincada en Almonacid, por amor, desde hace décadas, recitó 'En paz', de Amado Nervo. Mayte Rodríguez, animosa colaboradora en todo lo que se le pide con el pueblo, y reciente restauradora de los cabezudos, recitó 'Alzheimer', un poema anónimo. Félix Ruiz, deleitó al público con 'La Nacencia', de Luis Chamizo. Concha Dávila eligió para declamar 'Carpe Diem', de Quinto Horacio. Pedro Dávila recitó un poema de composición propia 'Tejida de estrellas'. También María del Mar Ruiz se atrevió con una composición propia, dedicada a un ser querido: 'A mi hija'. Jose Juan Villaldea dio lectura a 'Le cerraron los ojos', de Federico García Lorca. Mariano Fuentes, tantas veces cronista local, recitó 'Abuelas', de María Victoria de la Fuente. Vidy Sabroso, eligió la poesía de Luis García Montero, 'Así fue'. María Fernández de Heredia leyó 'El olivo', de Alberto Soto, autor local. Y Lydia López, concejala de Turismo y Cultura, se atrevió con otro clásico de León Felipe, 'Romero solo'. El certamen lo cerró Carmen Burgueño, con una poesía de composición propia: 'Homenaje al pueblo'.
Además de los almonacileños, en la plaza hubo representación de aficionados a la poesía de Albalate de Zorita.
La música, en directo, como el año pasado, corría a cargo del pianista Carlos Baños. A cada uno de los participantes se le entregó, como detalle, una carpeta para llevar documentos, y una agenda para escribir, y el libro de Paul Auster 'Poesía completa'.
El acto contó con la presencia del alcalde de Almonacid, José Miguel López, encabezando la delegación municipal, de la que también formó parte la concejala Lydia López.
Un certamen dedicado a León Felipe
El cronista oficial de la provincia de Guadalajara, Antonio Herrera Casado, en uno de sus escritos, resume muy bien la presencia de León Felipe en Almonacid de Zorita.
Uno de los grandes poetas españoles, y aun universales, del siglo XX, ha sido León Felipe. Nacido en el pueblecito de Tábara, en la provincia de Zamora, solamente usó sus nombres de pila, aunque su nombre y apellidos completos eran León‑Felipe Camino Galicia de la Rosa. Nació en el referido lugar castellano en 1884, y murió en México, exiliado, en 1968. León Felipe estudió la carrera de Farmacia, y tras algunas estancias breves por ciudades castellanas, junto a su padre, que era notario, en el verano de 1919 llegó a Almonacid de Zorita, donde permaneció un año llevando la botica del pueblo, como empleado de la familia Fernández-Heredia.
La impresión que para el resto de su vida llevó León Felipe de Almonacid fue imperecedera y algo mágica. Siempre recordó que fue allí donde construyó su primer verso y que a él mismo le hizo comentar «esta fue la primera piedra que yo encontré (el primer verso que escribí) en un pueblo de la Alcarria al que quiero dedicarle aquí, ahora ya viejo, y tan lejos de España, mi último recuerdo… los escribí junto a una ventana, en una mesa de pino y sobre una silla de paja…»
En lo que el luchador poeta calificó de «aquel oscuro bautizo de la Alcarria» actuó de regente de la farmacia local, sin apenas trabajo y con todo el tiempo del mundo para dedicarlo a pensar y escribir. Le cuidaba una señora viuda y encontró «amistades en gentes sencillas y hasta algún espíritu compasivo, como el médico de una aldea vecina que venía a Almonacid expresamente a hablar conmigo».
Como dice uno de sus máximos estudiosos, Miguel Nieto Nuño, «en un pueblo de la Alcarria encontró León Felipe la lección y el reposo de la poesía que luego echó a los caminos del mundo con un ardor infatigable».
Durante un año vivió el poeta en un caserón de la calle mayor de Almonacid, en la paz casi idílica de un pueblo sencillo, luminoso y amable. Insiste Nieto Nuño en que «Almonacid de Zorita está en el núcleo de la voz de León Felipe». Allí, en un silencio permanente, comenzó su voz a sonar y a rodar sobre los papeles. De aquel núcleo inicial saldrían los «Versos y Oraciones del Caminante» que en 1920 se imprimirían (primera edición del primer libro) en Madrid. Años después, el poeta recordaría de nuevo aquellos momentos. Su voz es la más auténtica para explicar lo que significó su estancia en Almonacid: «… un pueblo claro y hospitalario. Las gentes generosas y amables… ¡Y tenía un sol! Ese sol de España que no he vuelto a encontrar en ninguna parte del mundo y que ya no veré nunca. Me hospedaron unas gentes muy buenas, con quienes yo no me porté muy bien. Y ahora quiero dejarles aquí, a ellas y a aquel pueblo de Almonacid de Zorita… a toda España, este mi último poema. La última piedra de mi zurrón de viejo pastor trashumante».
El recuerdo de León Felipe en Almonacid debe acabar con este verso maravilloso, sencillo y profundo, que el poeta dedicó al pueblo alcarreño donde tan inolvidables horas pasaría, donde nació su pasión por la palabra. Es, quizás, la más bella página que se ha escrito nunca sobre Almonacid:
Sin embargo…
en esta tierra de España
y en un pueblo de la Alcarria
hay una casa
en la que estoy de posada
y donde tengo, prestadas,
una mesa de pino y una silla de paja.
Un libro tengo también. Y todo mi ajuar se halla
en una sala
muy amplia
y muy blanca
que está en la parte más baja
y más fresca de la casa.
Tiene una luz muy clara
esta sala
tan amplia
y tan blanca…
Una luz muy clara
que entra por una ventana
que da a una calle muy ancha.
Y a la luz de esta ventana
vengo todas las mañanas.
Aquí me siento sobre mi silla de paja
y venzo las horas largas
leyendo en mi libro y viendo cómo pasa
la gente al través de la ventana.
Cosas de poca importancia
parecen un libro y el cristal de una ventana
en un pueblo de la Alcarria,
y, sin embargo, le basta
para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma.
Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa
cuando pasan
ese pastor que va detrás de las cabras
con una enorme cayada,
esa mujer agobiada
con una carga
de leña en la espalda,
esos mendigos que vienen arrastrando sus miserias de Pastrana,
y esa niña que va a la escuela de tan mala gana.