
La cara más cruda de la despoblación
Torremochuela es una localidad con seis personas empadronadas emplazada en el Señorío de Molina, a 18 kilómetros de la capital molinesa. Estos días ha dado un llamativo salto a la actualidad, gracias a su blog, Torremochuela.com y su "Guía inútil del Turismo Rural .
Tiene una “envidiable densidad de población de menos de 1 hab/km²” ironiza Alfonso en la publicación. “Vivimos el perro y yo”, añade el alcalde, Constantino Martínez, natural de la localidad y a punto de cumplir los 80 años. Él vive allí durante la mayoría del año junto a su animal de compañía. Este es “el lujo de la soledad, porque, como dice Alfonso, “aquí los turistas sobran, así que encima os ahorráis el hospedaje", les invita. Constantino sigue ironizando, pero da en la diana: “comprenderás que el panorama no es para sentirse muy motivado, ¿no?”.
De vez en cuando ve cómo pasa un pastor que es de Jaén, que vive en Prados Redondos, y tiene el ganado allí, unas 1.200 ovejas. “Pero tiene una nave en la orilla del monte y pasa de largo para arriba entre semana”, prosigue.
El pueblo molinés ha sido conocido en toda España gracias a que ha saltado a la actualidad de los grandes medios nacionales y, sin embargo, lo que parecía prometedor, lo que auguraba un milagro, que esta aldea saliera del anonimato, ha caído en saco roto. “He visto por ahí a alguien, pero viene de pasada y muy poca gente; lo ven, les gusta y nada más”, lamenta.
“Y no penséis que la falta de gente es sinónimo de aburrimiento. ¡Ni mucho menos! Torremochuela tiene un término municipal de 2.000 hectáreas, un tesoro por descubrir”, invita Alfonso en el blog. Posee un pozo, el de la Matilla, un castillo un campanario que luce flamante gracias al apoyo de todos los vecinos a una iniciativa que, desafortunadamente, no puede contar con las grandes aportaciones de unas arcas municipales a las que poco o nada pueden aportar sus seis vecinos. “Y eso es lo que vamos haciendo, lo que podemos, porque tampoco tenemos dinero. Gracias a los chavales del club que me ayudaron, porque no podía en ese momento”, una ayuda que luego devolvió, deja bien claro. “No tenemos más ingresos que la Diputación, si nos da el 18.000 euros al año podemos arreglar alguna calle y poco más”.
“La España vaciada no es más que el nombre, pero los que están a cargo de las zonas y las comarcas no se preocupan de ir a hablar con los alcaldes, de buscar soluciones a los problemas”, suspira.
Recuerda que, en los años aquellos de la emigración, en los que la gente se iba, que no quedaba nadie en el pueblo, “los jóvenes se marchaban, luego ya se quedaron los mayores hasta que mis padres estuvieron prácticamente hasta que ya no pudieron; otros matrimonios, que estaban por Valencia, se fueron ya con los hijos a Barcelona”. Había entonces 56 casas abiertas, “56 ó 57 vecinos, y hoy el único que estoy por allí soy yo”.
Tenían ovejas, cabras, gallinas y conejos. “Así iban luchando, hasta que llegó el momento en que quedaron cuatro labrando toda la tierra”, rememora. “Uno podría venir y echar un atajo cabras, pero hay que ser muy sacrificado, te tiene que gustar mucho el campo”, añade.
Regresando a la cruda actualidad, el día a día es muy duro. Las comunicaciones con la zona de referencia turística y económica de una comarca despoblada –cree- no son buenas. “Molina está a 10 kilómetros de mi pueblo y, en cambio, hay que dar un rodeo de 18, pasando por Prados Redondos y Tordelpalo”, lamenta. Esta es precisamente una de sus grandes peticiones a la administración; una demanda con la que lleva insistiendo desde hace seis años y medio desde que asumiera la Alcaldía. “Tenemos un camino al que, si echamos una capa de tierra y alquitrán, se podría utilizar para ir directamente a Molina, ya que la caja está hecha”, ofrece como alternativa. “Como antiguamente hacían los ganaderos y agricultores serranos, de Checa, Alcoroches o Traid, con los mulos, los carros, pasando por Castilnuevo”, ilustra. “Yo cogí 750 firmas cuando entré de alcalde para ir por el camino recto de toda la vida”, asevera, pero cayeron en saco roto.
Su pueblo no tiene Internet; “los chavales no quieren venir, entre otras, por esta razón”. Tras la pandemia sí que –aprecia- hay gente que ocasionalmente se traslada desde Valencia, Zaragoza o Madrid al municipio para trabajar. Sin embargo, a los problemas de Internet se suma la mala cobertura de móvil. “Tenemos que subir a la iglesia para devolver o realizar una llamada”, ilustra. Pide una antena que se emplace “donde sea posible” para cubrir una zona de sombra que afecta a todo el pueblo, situado a un desnivel de 50 metros bajo la torre del templo.
“Me gustaría que los chicos y chicas tuvieran otro aliciente”
“Me gustaría que los chicos y chicas tuvieran otro aliciente… tenemos un teleclub, pero tengo las cámaras ahora desenchufadas, porque ¿qué va a hacer una nevera enchufada si no hay nadie?”, describe. Una situación que mejora solamente cuando llega la Semana Santa o las vacaciones de verano, cuando puede enchufarlas.
“Pero si no hay nadie allí, no puedes tener una persona que pueda llevar el bar, porque no hay futuro…”.