Viernes, 26 de Abril del 2024

Ay, Macarena

Jesús de Andrés
07/04/2017 . 16:31

La Semana Santa, hija de Trento y de la Contrarreforma, surgió en el siglo XVI como respuesta de la Iglesia a la reforma protestante de Lutero.

Con más razón que un santo, el obispo de Salamanca, Carlos López, recriminó hace unos días el creciente andalucismo presente en la Semana Santa salmantina, el habitual uso de expresiones andaluzas en las órdenes dadas por capataces y mayordomos. Como suele ocurrir con estas cosas, faltó tiempo para ser criticado por tirios y troyanos o, si prefieren un conflicto más bíblico, por babilonios y arameos. Que si ha insultado a los andaluces, que si es un desprecio a Andalucía, que se ocupe de la pederastia y deje en paz las procesiones. Lo típico de cualquier debate en el que los esencialismos identitarios y las ideologías se anteponen a la reflexión pausada y al diálogo sereno. La verdadera Marca España.
    En el fondo, su crítica iba dirigida a la pérdida de identidad de las cofradías castellanas, leonesas y de otras regiones que, llevadas por modas mediatizadas y el calco de tradiciones ajenas, han acabado perdiendo sus esencias. Frente a la seriedad, la austeridad y el silencio propio de las procesiones castellanas, se ha impuesto en los últimos años convertir nuestras ciudades –Guadalajara incluida- en un remedo de Sevilla, con sus capillitas locales, sus saetas y aplausos, su “levantá”, sus costaleros y parihuelas, su “ar sielo con ella”. Un parque temático de tradiciones recién inventadas. Tan auténtico como un pueblo del Far West en Almería.
    El renacer de las celebraciones de Semana Santa a partir de los años noventa, tras una crisis que las hizo desaparecer en algunos casos, se ha producido bajo una fórmula que, con la pretensión de lograr una mayor espectacularidad, ha supuesto la uniformidad de las mismas y la pérdida de sus originarias señas de identidad. Un claro ejemplo, destacado hace no mucho por el diario ABC, es la artificial “inflación de los epítetos” en sus denominaciones. Si aquí las cofradías se llamaban “Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad” o “Cofradía de la Pasión del Señor”, la moda andaluza reprobada por monseñor López hace que nos encontremos con nombres como el de la “Ilustre y Fervorosa Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Salud y María Santísima de la Esperanza Macarena”. Ahí es nada.
    La Semana Santa, hija de Trento y de la Contrarreforma, surgió en el siglo XVI como respuesta de la Iglesia a la reforma protestante de Lutero, para exteriorizar la fe sacándola a la calle. Desde entonces adoptó en cada lugar su propia idiosincrasia hasta que, por arte del corta y pega, se ha dejado invadir por especies culturales invasoras que, al modo de los cangrejos de río americanos, se desarrollan fuera de su hábitat natural alterando aquel al que llegan. Imaginen que en Fiestas en vez de la Antigua saliera en procesión, por ejemplo, la Virgen de Monserrat. Tan inconcebible como un cartel de la Macarena, que poco tiene que ver con la verdadera tradición castellana.
 

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