Jueves, 18 de Abril del 2024

Arco

Javier Sanz Serulla
04/03/2017 . 13:50

Arco es  un paradójico babel donde todo el mundo es distinto y sin embargo se habla la misma cosa.

Abrieron plaza los reyes el viernes, con los Macri, y un pinganillo encendido por lo de los juzgados de Palma, la isla del ducado perdido. ARCO está en el santoral de los Borbones como el desfile de la Hispanidad, FITUR o la apertura del año judicial. Del sexto Felipe abajo, el que no pase por ARCO, a los albañiles. Pero ARCO tiene un plus de dejarse ver, siempre que no metas la pata, cosa fácil pues la sentencia universal es: “very interesting”. Si la pronuncias en cada stand mirando al infinito, vas sobrado.
    Por ARCO desfilaba en vaqueros el ministro de Fomento, al que nadie reconocía, también don Antonio Garrigues, el único señor de España al que se le podría ofrecer cualquier ministerio; no ha habido otro en medio siglo. Más allá, Porto, como de la familia, feliz por el rabo que cortó hace una semana en lo de Perú. No es mala tarjeta, 3 bajo par en un bosque de galerías de mil colores en papel arrugado por los suelos. A ARCO conviene ir con un toque especial de moderno en tecnicolor, desde las gafas parabólicas de treinta y ocho pulgadas de Elena Ochoa cabe todo, pues se mira raro al que no viste de raro.
    El arte de ARCO ya no cuelga de una pared. L’art is in the air, como antes el amor, o es tan fugaz que dura hasta que se desenchufa el fluorescente. Un galerista amigo todavía minoritario pero cogiendo sitio me explica en su caro recinto que los pequeños retales negros que conforman un mosaico de veinte mil euros corresponden a fragmentos de otros tantos vestidos usados y vividos, de ahí el quid: canta la obra en tanto que está hecha de envoltorios de muchas biografías. En ciencia esto no cuadra. Normal, para eso están las artes y sus exégetas. En ARCO, Picasso es hoy de la quinta de Zurbarán, o sea, un dinosaurio que no supo salir del lienzo o del barro, aunque todavía una marca obligada que hay que poseer, como un Aston Martin en el garaje o un Patek Philippe en la muñeca, desde Plácido Arango a tantos anónimos: ese catálogo está hoy en la órbita, ahí es donde hay que colocar a un artista y darle cuerda hasta que gire solo, aunque marcado en las costillas con el hierro de la casa, como nuestra Blanca Muñoz con la Marlborough.
    ARCO es un paradójico babel donde todo el mundo es distinto y sin embargo se habla la misma cosa. Una lata de pepsi aplastada contra el barro no deja de ser arte, pero un becario se levantaba a las seis para atrapar el color del cielo cada media hora en un bloc, aunque el azul fuera después sólo un decorado, un fondo. Hoy cubica todo lo sugerente. La duda está en el rastro que quedará de esto, o de Antonio López, dentro de dos siglos. Como no parece haberla de que, al igual que nosotros hoy con Las meninas, con Goya o Chagall, el visitante de los museos se santiguará ante Saura, Chillida y Basquiat.

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