Entrañable y castellano Tenorio
FOTOS: RAFAEL MARTÍN
Durante dos jornadas consecutivas, miles de personas recorrieron las calles del casco histórico para seguir una de las expresiones teatrales más singulares de Castilla-La Mancha, en la que el patrimonio arquitectónico de la ciudad se transforma en escenario vivo. El tiempo acompañó y el respeto del público fue absoluto: silencio en los pasajes más intensos, emoción contenida al paso de los actores y un aplauso prolongado al término de la última escena.
El Tenorio Mendocino 2025 ha sido posible gracias al trabajo colectivo de Gentes de Guadalajara, asociación organizadora que volvió a movilizar a más de 170 participantes entre actores, técnicos, músicos y voluntarios. A su esfuerzo se sumaron instituciones como el Ayuntamiento de Guadalajara, la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, la Diputación Provincial y la Fundación Siglo Futuro, junto a entidades colaboradoras que contribuyeron a mantener el nivel artístico y humano que exige esta distinción.
La representación se desarrolló bajo la coordinación general de Felipe Sanz, presidente de Gentes de Guadalajara y alma de este proyecto desde sus inicios, junto a un amplio equipo de codirección y producción. Para él, esta representación constituye “la expresión más pura de la identidad artística y social de la ciudad, un trabajo coral que une generaciones y hace visible la fuerza del teatro popular”.
El recorrido volvió a llenar de vida los rincones más emblemáticos de la Guadalajara mendocina. En la Plaza de Santa María arrancaban las primeras andanzas del legendario seductor, mientras la Cotilla se convertía en escenario de desafíos y promesas. El Liceo Caracense, con su claustro y su historia conventual, acogió el rapto de Doña Inés envuelto en rezos y misterio. Los asistentes se desplazaban con serenidad entre cada espacio, guiados por voluntarios.
El Patio de los Leones del Palacio del Infantado volvió a ser el marco de la célebre “escena del sofá”. Allí, entre escudos y piedra dorada, Don Juan buscó el perdón de Doña Inés ante un público que contuvo la respiración. En las escenas finales, el convite de los muertos devolvió al convento de la Piedad su atmósfera sagrada, cerrando un recorrido que convirtió a la ciudad entera en escenario y a sus vecinos en protagonistas.
Detrás de cada función hay meses de trabajo silencioso. Los ensayos comenzaron a principios de verano, en una combinación de ilusión y disciplina que define a este grupo desde sus orígenes. Cada actor, desde los principales hasta el último figurante, conoce el peso de representar a una ciudad entera. Los trajes se cosen a mano, las luces se ajustan al ritmo de los ensayos nocturnos y los técnicos revisan cada toma de sonido para que el eco de las palabras no se pierda entre los muros.
El público, muchos de ellos vecinos fieles desde la primera edición, volvió a demostrar un respeto absoluto. Familias enteras, visitantes de otras provincias y grupos escolares ocuparon cada rincón libre de las plazas y escaleras. Algunos siguieron la representación completa, otros se unieron a mitad del recorrido, pero todos compartieron la sensación de asistir a algo que trasciende el teatro: una ceremonia de identidad colectiva.
La música, como cada año, tuvo un papel esencial. Los tambores de la Pasión, la Ronda de Horche y los Gaiteros de Mirasierra añadieron ritmo y carácter a las escenas, mientras el grupo de danza Las Colmenas evocaba los gestos y cortesías del Siglo de Oro. Esa conjunción de teatro, música y arquitectura es lo que convierte al Tenorio Mendocino en una experiencia única: una representación que solo puede entenderse aquí, entre las piedras y las voces de Guadalajara.
Treinta y cinco años después de su primera edición, el Tenorio Mendocino mantiene intacta su fuerza y confirma que, cada Todos los Santos, Guadalajara se reencuentra con su historia, su palabra y su emoción colectiva.



























